La madrugada envolvía la ciudad con su manto gris, mientras Valentina y Tomás permanecían sentados en el viejo sofá del apartamento temporal. El reloj marcaba las 2:47 a. m., pero ninguno de los dos parecía dispuesto a dormir.
Habían apagado la laptop, silenciado los teléfonos, cerrado las cortinas. Solo el sonido lejano del tráfico nocturno acompañaba su silencio.
Tomás fue el primero en romperlo, con la voz baja, casi resignada:
—¿En qué momento terminamos metidos en esto?
Valentina soltó un suspiro largo, cansado, y miró el techo desgastado.
—Cuando mamá murió... creo que desde entonces todo en nuestra vida dejó de ser normal.
Él asintió, mirando la taza de café frío entre sus manos.
—Creí que podíamos dejar el pasado atrás. Huir, empezar de cero. Pero siempre volvemos.
Valentina lo miró, con una mezcla de ternura y tristeza.
—No se puede huir de lo que llevamos dentro, Tomás. El pasado va donde tú vas. Solo podemos elegir si nos controla… o si lo enfrentamos.
Un silencio denso cay