01:06 a.m.
La imagen era clara.
Nítida.
Cruda.
Valentina Duarte aparecía sentada frente a la cámara, sin maquillaje, sin filtro, sin intermediarios.
Solo ella.
Y el país.
Observando.
Esperando.
Tomó aire.
Y habló:
—Yo no estoy aquí como hija de nadie. Ni como víctima.
Estoy aquí como ciudadana.
Y como testigo.
Del otro lado de la pantalla, millones se quedaron en silencio.
Otros millones empezaron a grabar.
Sabían que lo que venía no se podía borrar.
Valentina continuó:
—Hace más de treinta años, un grupo de personas poderosas decidió que la vida humana podía ser transada como un recurso.
Que podían desaparecer barrios, manipular elecciones, repartir contratos, ocultar crímenes… todo con la excusa del progreso.
Ellos lo llamaron estrategia.
Nosotros lo vivimos como miedo.
Pausa.
—Yo soy hija de una de esas personas.
Pero no me define su sangre.
Me define lo que vi, lo que perdí, lo que sobreviví.
Tomás, desde el fondo, monitoreaba las conexiones.
Ya estaban en diecisiete países, con m