La noche era espesa, húmeda, cargada de ese silencio que presagia algo grande.
Valentina respiró profundo antes de entrar por la puerta trasera de la finca.
Una antigua hacienda en las afueras, usada por años como uno de los centros logísticos de Isabel Duarte. Nadie la había tocado. Nadie, hasta ahora.
—¿Lista? —preguntó Sebastián por el auricular.
—Más que nunca —respondió Valentina—. Este lugar guarda los secretos que necesitamos.
Eva, desde la base, dirigía la operación en tiempo real.
—Recuerda: el servidor principal está en la planta baja, detrás del cuarto de almacenamiento. Pero cuidado, tienen sensores térmicos.
Valentina se movía como sombra.
Tenía los planos memorizados.
Cada paso era medido, cada respiro, calculado.
En su interior había un fuego.
No solo por justicia.
También por los años que esa mujer la había manipulado desde las sombras.
"Te protegía", le había dicho Isabel alguna vez.
Mentira.
Solo la usaba. Como a todos.
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Mientras Valentina se infiltraba, Isabel do