Luciana / Me siento perdida en la mirada de Nicolás.
Después de una cita que me dejó temblando, un baile subido de tono en la academia y un piquito que aún siento en los labios, Gabriel me suelta que la segunda cita no será. En su lugar, propone una “amistad”. ¿Amistad? La palabra me sabe a ceniza. Pero no puedo negarme. Ser su amiga significa tenerlo cerca, sin compromiso, solo disfrutando de su presencia. Aunque sé que esto es una bomba de tiempo: o cedemos y terminamos enredados, o todo se enfría y nos perdemos.
—¿Qué opinas? —me regala esa sonrisa que me desarma—. ¿Quieres ser mi amiga?
—Claro, Gabriel. Estaría increíble —miento, forzando una sonrisa.
—Excelente —extiende su mano, como cerrando un trato.
Se la estrecho, sabiendo que ambos entendemos las reglas: nada de hablar de sentimientos. Esto nos llevará a un punto sin retorno, y el tiempo decidirá. No cura, pero señala el camino.
—Perfecto. Me tengo que ir, pero ¿te puedo llamar esta noche? —pregunta, y mi corazón traicionero da un salto.
—Obvio —respondo, acercándome para dar