La noche en el pub fue una mierda. Ver a Nicolás, ese brasileño con ojos de modelo, tocando a Luciana, riendo con ella, me quemó las entrañas. No podía hacer nada, no después de mi estúpida idea de ser “amigos”. Karime, que me conoce como si fuera mi hermana, notó todo, pero no dijo nada. Se lo agradecí en silencio. Ahora, con Luciana en mi casa, solos, la tengo frente a mí. No se aparta mientras acorto la distancia. Su perfume me nubla, su mirada me atrapa.
—Me tienes hechizado, Luciana —susurro, con la voz ronca.
No responde, pero no se mueve. Es ahora o nunca. Si la cago, le echo la culpa al whisky.
—¿No te das cuenta de lo que me cuesta ser tu amigo? —empiezo, y sus ojos se abren más—. No puedo acercarme a tu boca sin desearla como loco.
Quiere hablar, pero la corto. No puedo parar.
—Muero por tener algo contigo. No quiero morir sin ser parte de tu vida.
Da un paso atrás, y mi corazón se acelera. Temo que me mande al diablo, que diga que quiere a Nicolás. Mil pensamientos me atrav