82. Noches de consuelo

A veces, las heridas no se curan con silencio, sino con risas que esconden el llanto.

Entre amigas

El reloj de la cocina marcaba las ocho en punto cuando Valentina llegó a la casa de los Bianchi, con una bolsa llena de helados y otra con películas viejas que había encontrado en su apartamento. La noche caía lenta sobre la ciudad, y el aire tenía ese olor húmedo que siempre deja la tristeza después de varios días sin sol.

Giulia no había salido de casa desde hacía tres días. La última vez que Valentina la vio, su mirada era un vacío tan grande que ni siquiera la voz de Sofía había logrado arrancarle una sonrisa.

--Toco, ¿no? --dijo Sofía, empujando la puerta con el codo mientras sostenía una botella de vino--. Aunque si no abre, entramos igual.

--Sí, ya estamos acá. No hay marcha atrás --respondió Valentina, forzando una sonrisa que apenas ocultaba su preocupación.

La puerta se abrió lentamente. Giulia estaba ahí, con el cabello recogido a medias, una sudadera demasiado grande y el ros
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