83. El rostro del silencio
A veces, el amor no muere. Solo se congela detrás de una mirada
El reloj de la oficina marcaba las diez y media cuando Valentina llegó al edificio. El cielo estaba cubierto de un gris espeso que parecía reflejar exactamente lo que sentía: incertidumbre.
El ascensor subió lentamente, y con cada piso su corazón latía con más fuerza. No era solo nervios. Era miedo.
Miedo de ver a Luca y confirmar lo que ya sospechaba: que algo dentro de él había cambiado para siempre.
Cuando las puertas se abrieron, el pasillo la recibió con un silencio sepulcral. La oficina Moretti siempre había tenido ese aire de elegancia sobria, pero ahora parecía un mausoleo: persianas entrecerradas, luces apagadas, y una tensión en el aire tan densa que se podía cortar con una mirada.
La puerta del despacho de Luca estaba entreabierta.
Valentina respiró hondo antes de empujarla.
Él estaba allí.
De pie, de espaldas, frente a la ventana. El reflejo de la lluvia en el cristal dibujaba su silueta como si fuera una somb