64. Herencia de sangre

En las casas de los poderosos, hasta el silencio lleva el peso de una orden.

La mesa era larga como un río interminable, cubierta por un mantel de lino marfil que caía hasta rozar el suelo. Sobre ella, el brillo de la vajilla de porcelana y la cubertería de plata reflejaba la luz de los candelabros de cristal que aún permanecían encendidos, pese a que el sol ya había comenzado a filtrarse por los ventanales altos de la mansión Moretti.

Luca se sentó en silencio en su lugar habitual, a la derecha de Don Enzo. El aire olía a café recién molido, pan horneado y al leve perfume de jazmín que su madre acostumbraba a esparcir por el comedor cada mañana. Aun así, nada suavizaba la densidad que se respiraba en ese espacio.

Don Enzo, con su porte inmutable, sostenía el periódico desplegado entre sus manos. Sus ojos oscuros recorrían cada línea con la precisión de un cazador que no pierde detalle. De vez en cuando hacía un leve gesto con la cabeza, desaprobando o confirmando algo que solo él ent
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