63. El eco de las sombras
No siempre es el rugido lo que revela al depredador; a veces es el silencio el que marca la verdadera amenaza.
El coche negro avanzaba lento por la avenida, deslizándose entre la oscuridad como un animal cauteloso. Valentina se acomodó en el asiento trasero, intentando controlar el temblor de sus manos. La gala había terminado, pero la sensación de estar dentro de un tablero de ajedrez seguía oprimiéndole el pecho.
Las luces de los faroles entraban por la ventanilla en destellos intermitentes, iluminando su rostro apenas unos segundos antes de volver a sumergirlo en sombras. En esos breves instantes veía su propia expresión reflejada en el cristal: el gesto serio, los labios apretados, los ojos brillando con una mezcla de miedo y determinación.
El chofer contratado por la prensa independiente que había facilitado sus credenciales mantenía el silencio. Parecía no notar nada extraño, o quizás se hacía el desentendido. Valentina, en cambio, no podía dejar de pensar en la silueta que habí