18. Líneas cruzadas
El peligro no siempre llega con una bala; a veces se esconde en una caricia.
El trayecto de regreso fue un laberinto de silencios. En el interior del Maserati de Luca, el rugido del motor era la única voz. Valentina apretaba las manos contra sus piernas, con los nudillos blancos, mientras la ciudad desfilaba borrosa tras el cristal. El humo, los gritos, el olor metálico de la pólvora aún estaban pegados a su piel como una segunda capa imposible de arrancar.
Luca conducía con el ceño fruncido, la mandíbula marcada. No decía nada, y eso era peor que cualquier reproche. La tensión que emanaba de su cuerpo llenaba el auto como una tormenta a punto de romperse.
Valentina lo observó de reojo, tratando de descifrarlo. El reflejo de los faros en sus ojos grises los hacía parecer cuchillas. Por un instante recordó el momento exacto en el club: él abriéndose paso entre el humo, buscándola, con furia y desesperación. Esa imagen se incrustó en su mente, removiéndole cosas que no quería sentir.
El