El ambiente en la pista era una descarga eléctrica. El rugido del motor del Huayra, ahora bajo el control de "Rogue", ahogaba la música y los gritos. La gente se apiñaba en el borde de la pista improvisada, apostando en voz alta y buscando la emoción del riesgo.
Yo me había quedado parada, hipnotizada. Rogue era la encarnación de la adrenalina. Su figura alta y poderosa al volante, con el casco negro mate cubriendo toda identidad, era pura promesa de peligro.
Liam me agarró del brazo, arrastrándome hacia una barrera de neumáticos. —Tienes que irte de aquí, Casey. No es seguro. Y menos para una empleada de Aether Corp.
—Estoy bien. Solo quiero ver si el Huayra funciona sin fallos —dije, aunque la verdad era que no podía apartar la mirada de Rogue. Había algo en su forma de moverse, de sostener el volante, que exigía atención.
La carrera empezó. El Huayra se lanzó como un proyectil, dejando atrás a los competidores con una facilidad insultante. El sonido era música para mis oídos; la re