Keith
Después de que llegáramos al Café Pablito. Uno muy lindo por cierto. Buscamos una mesa para tomar asiento, esas mesas eran cubiertas por manteles con cuadros rojos y blancos; en el centro habia un servilletero monísimo, noté pequeños detalles de rosas y margaritas en ese objeto.
Alterné la vista en mi entorno, las personas conversaban, otras simplemente disfrutaban de un buen café, capuchino, o de un buen almuerzo.
La verdad es que el hambre comenzaba a hacerse presente. Y mi estómago no iba a tardar mucho en protestar.
Las sillas eran de madera y tenían talladas flores; había una barra (como la de un bar) en dónde personas se encontraban sentadas charlando; los meseros y meseras usaban un uniforme rojo muy lindo, camisa marrón oscuro y pantalones negros.
¿Cómo es que jamás supe de ese café?
Sinceramente era muy acogedor, podía percibir ese aroma a comida, dulces, café...
Inhale hondo...
«Dios, que delicioso huele», pensé entrecerrando mis ojos.
Sarah suspiró y dijo:
―Mm, huel