Michael.
9:12 p.m
Una vez que dejé a Keith en sus casa, me dispuse a regresar a mi departamento, pero; si muchas ganas de ir.
¿Por qué?
Por el simple hecho de que quería permanecer a su lado.
Quería estar allí, con ella.
Para cuidarla.
Protegerla...
Quería estar para ella.
Toda la tarde se portó increíble, me escuchó atenta, y comprendió la situación que viví con Emma y mis hijas, el duro momento por el que pasaba Emma y del apoyo que le brindé siempre.
Keith solo me escuchó y me ofreció su apoyo.
Siempre.
Así era Keith: Con una corazón gigantesco.
Con un alma tan dulce.
Ella sonreía y su rostro se iluminaba, dándole ese aire de pureza y de dicha que podía contagiar.
Entré a mi solitario departamento, y con gran agilidad me recosté sobre el cómodo y amplio sofá que se hallaba en la sala, cerca del gran televisor pantalla plana.
Era mi lugar favorito para ver películas.
―¿Aló? ―Enuncié al llamar a Emma.
―¡Michael! ―Su grito me hizo arrugar la cejas.
«¿Podrías no gritar tan fuerte?», pe