49. ¡Debo encontrarla!
— Indiana, Leandro, a mi despacho — ordenó él con las palpitaciones completamente disparadas. Se sentía rabioso, molesto, embargado de terror.
Galilea se había ido hacía ya más de una hora y Benicio juró no saber más allá de lo que ella le había pedido, que la dejara en río y nada más; así que ahora mismo podría estar en cualquier sitio, lejos de él, muy lejos.
Tan pronto rodeó el escritorio y se sentó en su silla con desgarbo, miró a ese par que esperaban en silencio del otro lado.
— Las cosas aquí se pondrán un poco feas, así que voy a necesitar de ustedes y de su entera disponibilidad. ¿Puedo contar con ello?
— Por supuesto que sí, patrón — respondió la muchacha. Allí llevaba viviendo desde que recordaba, pues desde que sus padres murieron y su madrina se hizo cargo de ella, solo conocía la hacienda y sus alrededores como único hogar. Le debía mucho al patrón.
— Usted dirá, señor — secundó Leandro, quien también estaba muy agradecido con lo que él había hecho por su familia.
Cristo