64. Una amarga noticia

El alba los cazó despiertos, a los pies de la cama, sobre el tapete beige de la habitación.

Cuerpos sudorosos y alientos entremezclados; almas encontradas.

Habían hecho el amor hasta saberse saciados, hasta el agotamiento, o al menos eso fue lo que pensaron hasta que transcurrieron varios minutos y fueron por una nueva ronda, más entregados, más necesitados. Galilea estaba dispuesta a todo esa noche y él iba a ofrecérselo, de eso que ni dudas le quedaran.

— Me encantas, mujer — gruñó Cristopher desde su posición, masajeando sus pechos desnudos. Ella estaba a horcajadas sobre su regazo masculino, moviéndose cómo la jodida diosa que era, una ninfa irreal —. Soy tan adicto a ti.

Ella esbozó una sonrisa, impulsando sus caderas para un contacto más íntimo, intenso… profundo.

— Oh, Cristo… — jadeó — nunca había sido tan bueno.

Él acompañó su goce, orgulloso, y podía ser mejor. Lo decidió al instante en el que la tomó firmemente de las caderas, y sin abandonar su interior, la tuvo segundos d
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