La mano de Johannes avanzó más profundamente dentro de las bragas de Estefanía. Ella dio un respingo al sentir su palma presionándola, rozando aquella zona tan sensible. Lo apretó con los muslos en un acto reflejo de autodefensa.
—¿Es muy intenso para ti? —preguntó Johannes contra su cuello.
—Sí... —jadeó ella, temblorosa.
Quitó la mano y le levantó la camiseta. Era tan ancha que cabía bajo ella. Allí le besó las costillas con lentitud; eran los duros peldaños de la escalera hacia el busto, que se elevaba con su respiración agitada.
Los dedos de Estefanía le acariciaban la cabeza, la aferraban al volverse sus besos más demandantes. Arqueó la espalda al sentir la humedad suave de su lengua envolver sus pezones y gimió por entre los labios apretados.
Fue cuando notó que él empezaba a endurecerse.
Y tuvo miedo.
Estaba segura de que él no le haría nada que su tío no le hubiera hecho antes, y era precisamente eso lo que la asustaba. Deseaba que fuera diferente, rogaba para que se si