Pensativa, Estefanía miraba fijamente lo que Johannes había preparado para el desayuno: algo sencillo por la prisa: té de cerezas, tostadas, tarta de manzana, bollos, magdalenas, cereal, yogur, leche, queso de varios tipos, mermelada y sirope.
—No tienes que comerlo todo. Como todavía no sé bien qué es lo que te gusta, quise ofrecerte muchas opciones.
—Sí... Está bien. Yo... Me preguntaba... Esto me da mucha vergüenza...
Johannes fue hacia ella y le cogió las manos. Habían traspasado la barrera de la intimidad; no debía quedar mucho que pudiera avergonzarlos.
—Habla, estoy para escuchar. ¿Necesitas algo?
Ella asintió, sin levantar la cabeza.
—Una balanza, pero si no tienes, compraré una luego del trabajo. Tal vez no se note mucho, pero intento bajar de peso y... Hay tantas calorías en tu desayuno y yo no tengo una balanza para saber si voy bien.
Johannes suspiró y la rodeó con los brazos por la pequeña cintura, pensando en sus costillas. Tocarla era como tocar a un insecto que