—Tu tía Sara empezó a tomar un curso de tejido. Partió haciendo bufandas, sweaters y le ha ido bien vendiéndolos. Me dio uno para ti y le dije que te lo daría en cuanto te viera. No imaginé que tardarías un año en venir, tal vez ya ni te queda —se quejó la madre de Sheily.
Pese a estar a mediados de sus cuarenta, se veía bastante joven. Ayudaba el que siguiera vistiéndose como si tuviera veinte.
—Dejé de crecer hace bastante tiempo, mamá y cuido la línea para no ponerme gorda —explicó Sheily, bebiendo a sorbos su té en la cocina de la casa familiar mientras su madre iba a la habitación.
En aquella casa había crecido, había visto morir a su padre y presenciado de mala gana el desfile de hombres que le siguió.
—Aquí está. Es precioso. Puedes usarlo incluso para ir a alguna de esas cenas de gente importante a las que vas —dejó la prenda estirada sobre la mesa.
Era ancha, sin forma y con textura de mantel. No combinaba con nada de lo que Sheily tenía en su armario, era un crimen contr