Con los ojos llorosos, Estefanía intentaba pedir un auto de aplicación para irse del hotel ya mismo. La gente linda había resultado ser horrenda, viviendo en el mundo perfecto que se inventaban y donde eran los reyes, sin importarles una pizca los demás, a quienes usaban como peones en sus estrategias de vida.
Nunca volvería a confiar en un hombre atractivo que le hablara con tanta amabilidad. Eso le pasaba por andarse creyendo más de la cuenta. Era fea y cualquiera que quisiera pasar tiempo con ella buscaba en realidad algo más, como Mark.
Una mano se posó sobre su hombro y se sobresaltó. Era su jefe. Evitó mirarlo para que no la viera llorar.
—Todavía estás aquí —comentó él, como si aquello le sorprendiera.
—Mark me invitó a comer. Usted tenía razón, resultó ser un trepador que solo quería conseguir estar en la revista —contó, con el orgullo herido.
Él suspiró.
—No te lo tomes como algo personal, no tiene que ver contigo, el mundo es así.
—No, no es así, el suyo es así, el