Sheily suspiró, pensando en todo lo que estaba pasando desde que el secreto supremo saliera a la luz. No sólo había vuelto a la vida un niño que llevaba más de diez años muerto, ese niño al que ella torturaba resultó ser el amo que mejor la había sometido en toda su vida. Peor todavía, ella se había acostado con el perro Bobby. ¿Qué diablos le diría Cathy si se enterara? ¿Qué pensarían todos de la diosa Sheily si supieran que el cerdo Alan se la había follado como había querido y que ella hasta había suplicado para poder hacerle una mamada? Se sintió mareada, pero supuso que se debía al alcohol. Johannes tuvo que ayudarla a regresar a la habitación, luego ella se le lanzó encima y se revolcaron como animales en celo a los que les habían soltado la correa. —¿Cómo dejaste de ser gordo? Ahora luces tan atlético y tu piel se ve perfecta —preguntó ella, tanteándole el marcado vientre por debajo de las sábanas. —Mis nuevos padres eran muy disciplinados. Cuando me fui con ellos se ac
Sheily le ordenó a Johannes que se sentara en el sillón en cuanto llegó. Él dejó su maletín junto a la entrada y colgó su chaqueta en el perchero antes de obedecer. —Quítate la camisa —ordenó luego ella y lo observó proceder con lentitud ritual. Caminó alrededor de él, envolviéndolo con su presencia y el aroma de su perfume, que Johannes había tenido la delicadeza de reponerle.Le dio unas buenas miradas al atlético torso, al vientre plano que antes había sido una panza y avanzó hacia él enfundada en la corta bata de dormir. Parada a su espalda, le puso el collar que llevaba escrito el nombre de Bobby, luego le inclinó la cabeza hacia atrás y lo besó lentamente para terminar deslizándole la lengua hasta el mentón.Lo oyó suspirar y fue hacia el frente, le ubicó una rodilla en la entrepierna y presionó. Johannes tragó saliva por la ruda maniobra que, sumado a lo demás, ya lo tenía bastante endurecido.—¿Qué significa tu tatuaje? —lo interrogó Sheily mientras presionaba cada vez más.
Presa de una incredulidad que le cortaba el aliento, Sheily no terminaba de creer que Zack hubiera venido por ella. —Sheily, ¿qué esperas? Ella reaccionó por fin y corrió por el muelle. Zack le tendió la mano, ayudándola a subir al yate. La atrajo hacia sí y sus labios se encontraron después de tanto tiempo, en un beso que avivaba las llamas que nunca se extinguieron. Convencida de que él la había perdonado, le aferró la cabeza y recorrió su boca para confirmar que todo seguía siendo justo como lo recordaba. Quiso extremar el contacto y se pegó a él, frotándose, impregnándose de su calor, gimiendo por el exquisito placer de volver a sentir su corazón latiendo junto al suyo. Le quitó la camiseta y acarició por todas partes, con una fascinación casi desesperada, mientras una voz lejana la llamaba. «Sheily», decía Johannes. Ella ignoró el llamado, enfocada en quitarle el cinturón a Zack, con el ardiente deseo de follar ahí mismo. «Sheily, no te duermas bajo el sol». ¿Dormir? C
Sin tener más noticias sobre Zack, además de la misteriosa aparición de la caja con las sortijas como muestra final de su rechazo, Sheily y Johannes dejaron Grecia y regresaron al país. Un chofer los recogió en el aeropuerto y los llevó directo a Wanden. Allí se hospedaron en una posada y estuvieron en la habitación durmiendo un día entero, recuperándose del jet lag. —Este lugar sigue igual que siempre —fue lo primero que comentó Johannes al poner un pie fuera de la posada—, horrible igual que siempre.—La modernidad le ha pasado por el lado sin tocarlo, es parte de su encanto. Las construcciones siguen siendo rústicas, los televisores siguen siendo cajas y la gente sigue quemando brujas.A Johannes no le hizo ni pizca de gracia el comentario. Iba atento al camino, atento a su alrededor como si en cualquier momento fuera a aparecerse frente a él algo aterrador.—Muéstrame donde estaba tu casa, me gustaría verla. —Los padres de Alan la vendieron cuando se fueron de aquí, ya no queda
Era tiempo de dejar el pasado atrás...Johannes llegó con Sheily al río. De pequeño, las aguas turbulentas del enorme caudal le inspiraban respeto y temor. A veces iba allí después de clases. Se sentaba entre unos matorrales a comer bocadillos donde nadie lo molestara; era su escondite hasta que dejó de serlo. Iván y los chicos del equipo de baloncesto llegaron un día, le quitaron la ropa y la arrojaron al agua. Él intentó recuperarla y casi murió ahogado.Ahora, mientras quien lo ahogaba era la deliciosa lengua de Sheily, que lo recorría en profundidad, el río le parecía un penoso espejo de agua que podría cruzar caminando sin apenas mojarse los pantalones. Y los chicos imbéciles, ¿qué sería de ellos? ¿Le parecerían ahora tan pequeños e insignificantes como el río? Todos sus recuerdos empezaban a palidecer a la luz del presente...—Alan, eres grandioso —murmuró Sheily en su oído, y le causó un escalofrío. Ese nombre y un halago no podían ir juntos en la misma oración, no embonaban
Sheily se presentó a la entrevista con la elegancia y distinción que la definían. Con una fluidez encantadora y una sonrisa que iluminaba el ambiente, proyectaba la imagen de una mujer segura, amable y con cierta aura de calidez. Era alguien confiable, digna de administrar exitosamente cualquier negocio. Mientras la entrevistadora revisaba sus antecedentes laborales, Sheily observaba con curiosidad el lugar. Estaba en plena remodelación y, por el ventanal de la oficina, veía a los trabajadores ir y venir cargando materiales. Se pusieron a pintar un muro de color azul... Azul aciano, diría ella. Muy bello, por cierto. —¿Te gustaría probarlos? —preguntó de repente la entrevistadora, creyendo que Sheily miraba la bandeja con bocadillos que reposaba en el mueble junto al ventanal. —No los había visto. ¿Los prepararon aquí? —preguntó ella, y la mujer asintió—. En ese caso, creo que un pequeño test de calidad no vendría nada mal.Sheily se levantó y fue por algo que parecía una galleta c
«Quien no tiene voluntad, no guarda culpa por nada».***Sala de reuniones de la compañía farmacéutica Bertram, una mañana cualquiera desde la llegada de Zack. —¡¿Quién tuvo la brillante idea de hacer esto?! ¡¿Un mono?! ¡¿Desde cuándo contratamos monos?! —preguntaba Sheily Bloom, mirando hacia arriba como si interrogara a Dios y éste le debiera explicaciones. Liliana, su asistente, miró la hora. Llevaban exactamente doce minutos oyendo sus gritos y ella ni cansada se veía. Debía tener cuerdas vocales de hierro y pulmones de cantante de ópera. —¡No cambiamos de contratistas a mitad de año! ¡Eso no se hace! Repitan conmigo, ¡No... se... hace!Jorge, uno de los ejecutivos, le dio un codazo a Liliana y tuvo su atención.—A la jefa le hace falta polla —le susurró, con una sonrisa ladina. Ella se escandalizó por instantes. —Si te llega a escuchar, te mata —respondió ella entre risitas.Los gritos de Sheily continuaron hasta que el «mono» se puso de pie y dio sus razones para la decisión
La sonrisa de Sheily, no una de auténtica felicidad, sino más bien la de cortesía social, duró en su rostro hasta que se bajó del ascensor en el piso donde estaba su oficina. Hasta allí llegaba un penetrante aroma que le causó picor en la nariz y la hizo querer devolverse por donde había venido. —¿Qué es esa pestilencia? —preguntó con fastidio. El lugar olía a tugurio hippie. Liliana se levantó de un brincó y fue a recoger el abrigo de Sheily. Lo guardó en el armario junto a la ventana. —Es incienso, esta mañana Zack repartió en todos los departamentos, los trajo de su último viaje a la India. ¿La India? Esas porquerías las vendían en cualquier feria de barrio, pensó Sheily. Pero si él, para presumir de sus viajes, los había repartido en todos los departamentos significaba que no habría rincón del edificio donde pudiera estar a salvo de ese molesto olor a flores quemadas. ¿Cómo había gente que podía tolerarlo y hasta les gustaba? Fue a abrir la ventana, mientras Liliana inhalaba