IV El misterio
Danae llegó dos horas tarde. Venía maquillada y no necesitó pintarse las uñas, pues le mostró su nueva manicure. Las uñas que llevaba eran verdaderas obras de arte, en una brillaban incluso unas gemas. Las de Estefanía eran minúsculas en comparación, y se esforzaba por no mordiaquearlas cuando estaba ansiosa.

Por varios minutos observó a la mujer intentando coger un lápiz y luego teclear. La vio divertirse presionando las teclas con las puntas de sus garras.

—¿Tienes novio, Estefanía? —preguntó ella de repente.

—No. Ni siquiera tengo uñas. ¿Cómo te lavas las orejas con esas?

La respuesta de Danae fue una carcajada. Estefanía respondió unos correos, hizo algunas llamadas y quedó desocupada. De su bolso sacó unos palillos, una madeja de lana y empezó a tejer. Tejer la ayudaba a liberar su ansiedad y así no le daban ganas de morderse las uñas o comer. ¡Ya llevaba quinientas calorías y todavía le faltaba el almuerzo y la cena! Se quedaría sin cena.

Su jefe salió de la oficina
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