«Alan sintió la fuerza de un pie presionando su espalda y sus brazos no lo sostuvieron. El rostro se le hundió en el suelo.
—¡Come tierra, Bobby! ¡Come tierra! —le ordenó la magnífica criatura que lo presionaba con su pequeño pie detrás de los huertos de la clase de Biología. Apostaba que era de talla 36.
Él abrió la boca y cogió un bocado de tierra, clavando sus dientes, raspando como si fueran un rastrillo. Oyó la risa de Sheily mientras trataba de tragar, pero la tierra se le adhirió a las zonas húmedas: la lengua, el interior de las mejillas, el paladar. Una tos le sobrevino y el pie lo presionó con más fuerza, se le hundía en la espalda y él se ahogaba. La garganta le ardía, el aire no entraba, su cuerpo convulsionaba y Sheily reía mientras él se moría...»
Johannes despertó de un sobresalto, agitado por el intranquilo sueño. Eran las tres de la mañana y dejó la cama para ir por un vaso con agua, tenía la garganta seca. Mientras bebía, notó el bulto que se alzaba debajo de