Un lujo sin precedentes acompañó a Estefanía desde que cruzara las amplias puertas del hotel del que su jefe sería prontamente dueño.
«Ambientes limpios y bellos, personal atento, magnífica decoración en la habitación», eso anotó en su tableta. Admiró la vista por la ventana desde el piso 16 y luego se dejó caer en la enorme cama.
En media hora tenía cita en el spa, luego iría a darse una vuelta por el gimnasio y el salón de belleza, y todo gratis. Definitivamente ser la asistente de la asistente de Williams era el mejor trabajo del mundo.
Revisó su teléfono y llamó a León, decidida a no pasar el día sola. Después de todo, su jefe le había dicho que podía invitar a un amigo.
—Hola. Sé que esto es repentino, pero ¿te guataría cenar conmigo hoy? Yo invito —esperó por la respuesta, con sus palpitaciones en aumento. Ya sudaba frío—. Es en un hotel —agregó—, el Highstar... ¡Es cinco estrellas!
—Yo... No, lo siento. Ya tengo planes. Tal vez el próximo fin de semana.
A Estefanía no le s