Capitulo 9. Las Reglas de la Jaula
Las palabras de Alessandro—“Bienvenida a casa, Isabela”— no fueron una bienvenida. Fueron el chasquido metálico de una cerradura en una celda de lujo. Cayeron en el silencio opresivo del vasto penthouse, frías y pesadas como el mármol bajo mis pies. El terror, que había sido un cuchillo afilado durante el trayecto, se transformó en un veneno helado que se extendió lentamente por mis venas, paralizando cada músculo.
Me quedé inmóvil, mi mirada saltando de la impenetrable puerta metálica a la panorámica de la ciudad que brillaba cruelmente al otro lado de los ventanales. Las luces de Valleria parpadeaban como joyas esparcidas sobre un manto de terciopelo negro. Eran un recordatorio de un mundo libre que podía ver, pero no tocar. La ciudad a mis pies, y yo atrapada sobre ella. Era la jaula de cristal más hermosa que había visto nunca, y eso la hacía aún más aterradora.
—Esto no es un hogar —mi voz salió temblorosa, pero la teñí con toda la rabia que pude encontrar—. Es una prisión. Y tú