Capitulo 28. La Cicatriz del Premio
La pregunta de Isabela, nacida de una intuición salvaje y forjada en el fuego de la desesperación, no fue una piedra lanzada al lago. Fue una detonación en las profundidades del alma de Alessandro, una carga sísmica que fracturó los cimientos de la fortaleza que había construido a su alrededor durante veinte años.
El silencio que siguió a la pregunta fue diferente a todos los anteriores. No fue un silencio tenso, no fue calculado. Fue un silencio que sangraba. La máscara de Alessandro no se resquebrajó; se desintegró. Se convirtió en polvo, revelando no al estratega atrapado, ni al rey acorralado, sino algo que Isabela jamás habría podido imaginar, un espectro de su pasado que nunca supo que existía.
Vio al niño herido.
En sus ojos, normalmente dos esquirlas de hielo capaces de congelar imperios, apareció un dolor tan antiguo, tan profundo y tan crudo que a ella misma le robó el aliento. Era como mirar directamente a una herida que nunca había cicatrizado, una herida mantenida abierta