Metida de pata

Me pasó su chaqueta para cubrirme y acarició mi mejilla con un gesto demasiado íntimo para el caos que nos rodeaba.

—Quédate aquí.

—Ni loca.

—Havana…

—Si crees que después de una explosión me voy a quedar sola en tu casa de mafioso, necesitas una mejor estrategia de convencimiento.

Me miró con esa expresión de “me encanta que seas así, pero te voy a hacer sufrir por ello después” y suspiró.

—Bien. Pero te quedas en el coche.

Oh, sí, claro. Segurísimo que iba a obedecer.

Dejemos algo claro: me dijeron que me quedara en el coche.

Pero, en mi defensa, nunca fui buena siguiendo órdenes.

Así que, cuando Vincent salió del vehículo con su típica postura de “soy el diablo en traje y todo el mundo me respeta”, decidí que no iba a quedarme sentada como una mascota bien entrenada.

Esperé a que él desapareciera entre la multitud de tipos sospechosos y, sigilosamente, abrí la puerta y bajé.

Sí, lo sé.

Pésima idea.

Pero, en mi mente, esto era como una escena de mis libros: la protagonista se infilt
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