— “Cuando vuelva, haré que olvides cada página que hayas escrito…” —susurró él antes de desaparecer por la puerta.
Y ahí me quedé yo.
Con la blusa abierta, el cuerpo aún temblando y la cabeza dando vueltas como si acabara de salir de una montaña rusa emocional… con parada de emergencia.
— Fantástico —murmuré, abrochándome lentamente la blusa y mirando hacia la biblioteca como si el cuero del sofá todavía riera de mí.
Vincent había salido como un vendaval a resolver algo “grave”, y yo me había quedado justo en el clímax. Literal y literario. Estaba en shock hormonal. No sabía si llorar, reír o abrir otra botella de vino.
— Bien, Havana, ¿y ahora qué? —me pregunté a mí misma, en voz alta, como si mi cuerpo fuera un personaje más de mis novelas.
Caminé descalza por la biblioteca, deteniéndome frente a los libros que él había acomodado con tanto cuidado. Los míos. Todos los títulos que publiqué en mis años buenos. Cada uno con anotaciones, post-its, frases subrayadas.
Había amado mis libr