Me despedí de mi madre con un beso suave en la frente y la promesa de volver pronto. El chofer me esperaba afuera con una sonrisa discreta y la puerta del auto abierta. El trayecto de regreso fue silencioso, pero en mi mente se repetía una sola cosa: el mensaje de Vincent.
“Te compré algo. No es sexual esta vez. Bueno... un poco.”
Llegué al apartamento que compartíamos desde hacía un tiempo. Todo estaba como siempre: limpio, ordenado, silencioso... excepto por el suave sonido de jazz que provenía del salón principal. Entré sin anunciarme, y lo vi.
Vincent estaba de espaldas, sirviendo dos copas de vino. Iba sin chaqueta, la camisa blanca remangada hasta los codos, el reloj de lujo brillando bajo la luz cálida del candelabro. Se giró al oírme.
—Estás justo a tiempo —dijo, entregándome una copa.
—No puedo creer que no me hayas recibido con un consolador esta vez.
—Te juro que consideré enviarte otro, pero quise variar el concepto. Innovación sensual, le llaman.
Le di un sorbo al vino y