La luna sangraba en el cielo. No era roja como en las noches de eclipse, sino de un carmesí oscuro que parecía gotear entre las nubes, manchando el firmamento con heridas abiertas. Brianna lo sintió antes de verlo: el pulso de la Luna del Caos, la única noche en cien años donde las leyes naturales se invertían.
El claro del bosque estaba silencioso cuando llegó. Había elegido este lugar porque la energía convergía aquí, formando un vórtice natural donde el velo entre mundos se adelgazaba. El collar que pendía sobre su pecho latía con vida propia, caliente contra su piel.
—Madre —susurró Brianna, sosteniendo el tótem entre sus dedos—. Necesito tu guía ahora.
El viento se detuvo abruptamente. Las hojas quedaron suspendidas en el aire como si el tiempo mismo contuviera la respiración. Del collar emanó un resplandor azulado, y la voz que emergió no era un sonido físico, sino un eco dentro de su mente.
"Mi niña, lo que estás a punto de hacer tiene un precio que quizás no estés dispuesta a