El aire se volvió denso, casi irrespirable. Brianna sintió cómo su consciencia se desdoblaba, como si su alma fuera arrancada de su cuerpo y arrastrada a través de un túnel de tiempo. A su lado, la presencia de Damien era una sombra constante, un ancla en medio de la tormenta que los envolvía.
El trance los sumergió en un escenario antiguo. El bosque era el mismo, pero diferente. Los árboles más jóvenes, el claro más amplio. La luna, inmensa y plateada, bañaba todo con una luz espectral que hacía brillar las piedras dispuestas en círculo.
—¿Dónde estamos? —susurró Brianna, aunque su voz no emitió sonido alguno.
La respuesta llegó en forma de figuras que emergieron entre los árboles. Hombres y mujeres vestidos con túnicas de cuero y pieles, portando antorchas que danzaban en la oscuridad. En el centro del círculo de piedras, una mujer de cabello negro como la noche y piel pálida como la luna esperaba de rodillas.
Brianna ahogó un grito. Era como mirarse en un espejo a través del tiempo