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La cena esa noche fue un asunto tenso y formal, como si todos intentaran fingir que el incidente del salón de baile nunca había ocurrido. Clara había considerado seriamente excusarse, alegar una jaqueca o cualquier dolencia conveniente que le permitiera refugiarse en su habitación. Pero Lady Mercy había enviado un mensaje claro a través de una de las criadas: su presencia era "requerida".

Así que allí estaba, sentada en su lugar habitual entre Elizabeth y Sophia, con el estómago hecho un nudo y cada nervio de su cuerpo en alerta máxima. Adrian presidía la mesa con su acostumbrada compostura, pero Clara podía ver la tensión en la línea de sus hombros, en la forma en que sus dedos se cerraban con demasiada fuerza alrededor de la copa de vino.

Victor, p

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