La noche había caído sobre la mansión Delacroix como un manto de terciopelo negro. Clara se retiró a su habitación después de una cena particularmente tensa, donde las miradas entre ella y Adrian habían sido tan intensas que casi podían palparse en el aire. Desde el incidente en el jardín, cuando sus labios casi se encontraron, algo había cambiado entre ellos. Una corriente invisible que los atraía y los repelía con igual fuerza.
Exhausta por el peso de sus propios pensamientos, Clara se dejó caer en la cama. El silencio de la noche la envolvió mientras observaba las sombras que la luz de la luna proyectaba en el techo. Sus párpados comenzaron a pesar, y pronto se rindió al sueño que la reclamaba.
Pero el descanso no trajo paz.
En la bruma del sueño, Clara se encontró caminando por un pasillo desconocido. Sus pies descalzos sent&ia