La noche había caído sobre la mansión Delacroix como un manto de terciopelo negro. Clara se encontraba sentada frente al pequeño escritorio de su habitación, con una pluma entre los dedos y un papel en blanco que parecía desafiarla. La luz tenue de una vela proyectaba sombras danzantes sobre las paredes, como si fueran los fantasmas de sus propios pensamientos.
Después del encuentro en la biblioteca con Lord Adrian, su mente no había encontrado descanso. Aquel roce accidental, aquella mirada sostenida por un segundo más de lo apropiado, habían despertado en ella sensaciones que intentaba sepultar bajo capas de deber y prudencia.
"Querida amiga", escribió finalmente, decidiendo que necesitaba desahogar sus pensamientos con la única persona que conocía su verdadera identidad. Su pluma se deslizó por el papel con fluidez, como si las palabras hubieran estado esperando demasia