El salón principal de la mansión Delacroix resplandecía bajo la luz de docenas de candelabros. Lady Mercy había dispuesto que cada detalle fuera impecable: desde los arreglos florales hasta la disposición de los invitados. Clara observaba el movimiento de los sirvientes desde un rincón, sintiendo una opresión en el pecho que no lograba explicar. Algo en la mirada de Lady Mercy durante los preparativos le había provocado un escalofrío.
—Señorita Morel —la voz de Lady Mercy resonó con falsa dulzura—, ¿podría acercarse un momento?
Clara avanzó con pasos medidos, consciente de que varios pares de ojos la seguían. Su vestido, aunque digno, era notablemente más sencillo que los de las damas presentes. Lady Mercy lo había dispuesto así, entregándole un atuendo que, si bien no era inapropiado, dejaba claro su posición en