La primavera había llegado a la mansión Delacroix con una explosión de colores. Los jardines, antes dormidos bajo el manto invernal, despertaban ahora con violetas, narcisos y prímulas que salpicaban el verde renovado. Clara había sugerido que los niños aprovecharan la tarde soleada para jugar al aire libre, una propuesta que Lord Adrian aprobó con una sonrisa que ella intentó no interpretar como algo más que cortesía.
Desde el incidente del baile, Clara sentía que caminaba sobre hielo fino. Cada mirada de Adrian parecía contener un mensaje cifrado que ella no se atrevía a descifrar. Cada roce accidental entre ellos —al pasar un libro, al coincidir en un pasillo— desataba en ella una tormenta que luchaba por contener.
—¡Más alto, James! —gritaba el pequeño Thomas mientras su hermano mayor lo empujaba en el columpio que colgaba del roble