La luz de la mañana se filtraba por los ventanales del salón este, donde Clara había dispuesto una pequeña mesa con materiales de dibujo. Había pasado la noche anterior preparándolo todo: acuarelas de colores vibrantes, pinceles de distintos tamaños, papel de calidad y pequeños frascos de tinta. Su plan era simple pero ambicioso: conseguir que Sophia expresara a través del arte lo que no podía decir con palabras.
—Hoy haremos algo diferente —murmuró Clara mientras acomodaba el último pincel.
Cuando la pequeña Sophia entró en la habitación, sus ojos se abrieron con sorpresa. Vestida con un sencillo vestido azul celeste y el cabello recogido en una trenza, la niña se detuvo en el umbral, observando con cautela el despliegue de colores.
—Buenos días, Sophia —saludó Clara con una sonrisa cálida—. He pensad