La mañana siguiente amaneció gris y fría, como si el clima mismo reflejara el estado de ánimo de la casa. Clara había pasado la noche en vela, incapaz de borrar la sensación de los labios de Adrian sobre los suyos, el recuerdo de sus manos en su cuerpo. Se sentía sucia y excitada al mismo tiempo, una combinación que la llenaba de vergüenza.
Sophia se había despertado temprano, inquieta y pegajosa. La niña parecía sentir que algo terrible se aproximaba, aferrándose a Clara con una desesperación que partía el corazón.
Clara estaba ayudando a Sophia con sus ejercicios de caligrafía cuando escuchó voces elevadas provenientes del vestíbulo. Se asomó cautelosamente y sintió que su estómago se retorcía al ver a James Harrington cruzando la puerta principal, aparentemente invitado de vuelta por Lady Mercy.
—No deberías estar aquí —escuchó decir a Adrian con voz tensa—. Te pedí que te fueras.
—Y lo hice —respondió James con despreocupación—. Pero tu madre me envió una carta muy interesante. Par