Clara había logrado calmar a Sophia después de más de una hora. La niña finalmente se había quedado dormida, exhausta por las emociones de la noche, su pequeño rostro todavía manchado con lágrimas. Clara se había quedado junto a su cama, observándola dormir, posponiendo lo inevitable.
Sabía que Adrian vendría. Podía sentirlo en el aire, esa electricidad que precedía sus confrontaciones, esa tensión que hacía que cada nervio de su cuerpo se pusiera en alerta.
Cuando finalmente salió de la habitación de Sophia, planeando refugiarse en la suya propia, encontró a Adrian esperando en el pasillo. Sin decir palabra, tomó su muñeca y la arrastró por las escaleras. Clara intentó liberarse, pero su agarre era de hierro.
—Adrian, suéltame...
—No —fue todo lo que dijo, su voz cargada de una furia que había estado conteniendo durante demasiado tiempo.
La llevó a la biblioteca, empujándola dentro y cerrando la puerta con llave. El sonido del cerrojo girando resonó en el silencio como una sentencia.