Los días siguientes transcurrieron como si la mansión Delacroix existiera bajo agua. Todo se movía más lento, más pesado, cada interacción cargada con el peso de secretos revelados y confianzas rotas. Clara se movía por la casa como un fantasma, cumpliendo sus deberes con Sophia pero evitando cualquier encuentro innecesario con los demás.
Adrian la evitaba activamente. Cuando coincidían en el mismo pasillo, él giraba abruptamente en otra dirección. Durante las comidas, mantenía los ojos fijos en su plato, su mandíbula tensa con una furia que había dejado de expresar verbalmente. El silencio entre ellos era más elocuente que cualquier acusación.
Sophia sentía la tensión. La niña se había vuelto aún más retraída, aferrándose a Clara con una desesperación que partía el corazón. Durante las lecciones, sus ojos se llenaban de lágrimas sin razón aparente, y por las noches se despertaba con pesadillas silenciosas que solo Clara podía calmar.
Era durante una de esas lecciones matutinas cuando