El amanecer llegó acompañado de un silencio inquietante. Matteo y Aurora se encontraban en el apartamento de Marco, un refugio temporal que parecía más una celda improvisada que un hogar. Las paredes desnudas, una mesa con documentos desparramados y el zumbido del viejo ventilador eléctrico contribuían a la sensación de encierro. Ambos hermanos seguían procesando los eventos de la noche anterior, pero lo que Marco estaba a punto de revelar cambiaría el rumbo de su lucha.
—La herencia de los Mancini no es solo dinero —comenzó Marco, mirando a Matteo y Aurora con una seriedad que no habían visto antes—. Es poder.
Matteo frunció el ceño, mientras Aurora, aún vendándose el brazo herido, se inclinó haci