En la prisión de máxima seguridad, el ambiente era un tablero de ajedrez peligroso. Hernán Castillo "Suga" y David se movían como piezas maestras, ganándose poco a poco el respeto y la lealtad de los internos. No fue solo con violencia desmedida, sino con estrategia: organizando el contrabando interno, distribuyendo comida y favores, y controlando la información que circulaba entre las celdas.
En menos de un mes, su influencia se sentía en cada rincón. Si alguien quería un favor, debía hablar con David; si alguien buscaba un plan de fuga o protección, debía hablar con Suga. El mando en la prisión ya no pertenecía a los guardias, sino a ellos.
—Tenemos control en los pabellones A y C —informó David una noche, sentado frente a Hernán en una mesa de cartas— El próximo paso es aislar a los soplones antes de que el director huela lo que planeamos.
Hernán asintió, girando un cigarrillo entre los dedos.
—Y luego preparar la distracción perfecta. No habrá segundas oportunidades.
Hernán C