Los almacenes parecían abandonados, con sus ventanas rotas y puertas oxidadas. Las paredes estaban cubiertas de grafitis descoloridos, y la estructura mostraba signos evidentes de abandono. Sin embargo, un leve destello de luz se filtraba por una de las ventanas, contradiciendo el aspecto de desolación. Emilia, con cuidado, se acercó a una esquina y encontró una ventana entreabierta. Conteniendo la respiración, se impulsó para entrar, cuidando de no hacer ruido y sin importarle si el hermoso y delicado vestido que llevaba terminara hecho un desastre.
El interior era frío y olía a humedad, con cajas apiladas y sombras alargadas proyectadas por las luces intermitentes de un viejo tubo fluorescente. El lugar emanaba una sensación de dejadez y peligro latente. Sus pasos eran cuidadosos, sosteniendo los tacones con fuerza, su avance despacio, evitando emitir sonidos de ninguna índole, temiendo que el más leve crujido pudiera delatar su presencia.
Al cabo de unos minutos que le parecieron e