Capítulo 35: Hospitalidad rusa

Emilia despertó desorientada cuando el tono de su alarma comenzó a sonar de forma intermitente. Normalmente se habría levantado con el primer pitido, desde hacía dos años no había conjurado un sueño profundo como para que la alarma de su móvil tuviese que extenderse tanto. Sin embargo, esa mañana su cuerpo y su mente parecían ir a velocidades diferentes —ambas vertiginosas—, que lo único que conseguía era debilitarla.

Cuando abrió los ojos, le llevó un par de minutos identificar el techo. No era el acostumbrado blanco deslucido con leves manchas de humedad. El techo sobre su cabeza era de un tono cremoso y cálido, la lámpara delicada y elegante que pendía del techo parecía haber salido de un cuento de hadas, e incluso la sensación de las sábanas y lecho era tan suave que por un momento pensó que estaba acostada entre nubes o motas de algodón.

«¿Dónde…» interrumpió su pensamiento, porque la realización cayó sobre ella.

Estaba en la mansión de su jefe.

Extendió su mano sobre la mesa de
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