La noche en Milán caía como un manto pesado sobre la ciudad. Las luces tenues del centro titilaban a lo lejos, pero nada de eso parecía captar la atención del hombre que se encontraba frente al gran ventanal de su ático. Dante Moretti, con una copa de vino olvidada entre los dedos, mantenía la vista fija en la oscuridad. Su postura era rígida, el ceño levemente fruncido, y sus pensamientos giraban en espiral.

Alicia.

Desde su regreso, no había podido sacarla de su mente. Había intentado convencerse de que era sólo deseo, un capricho momentáneo que ya debía haber pasado. Pero no lo hizo. Alicia había invadido su mundo con una fuerza inesperada, derrumbando su lógica, desarmando sus barreras.

El silencio del lugar solo era interrumpido por el débil sonido de la lluvia golpeando el vidrio. Todo parecía congelado… hasta que el agudo tono del celular irrumpió la calma como una daga. Dante parpadeó, volvió a la realidad. Tomó el dispositivo de la mesa con rapidez al ver el nombre de Matteo