El hospital estaba en caos.
No por sirenas, ni alarmas, ni luces intermitentes. El caos era silencioso, contenido entre paredes blancas y pasillos desbordados de tensión. Un grito ahogado en el pecho de quienes sabían que la vida, en cualquier instante, podía romperse.
Dante avanzaba como un vendaval. Matteo a su lado intentaba frenar su paso, pero era inútil.
—Dante, espera. Necesitamos saber más antes de actuar.
—No tengo tiempo, Matteo —espetó con la voz rasgada, sus ojos inyectados en furia y miedo—. ¡Alicia está ahí dentro! ¡Y están decidiendo por ella sin tener el derecho!
Los guardias del quirófano se interpusieron al verlos llegar.
—Señor, no puede entrar. El acceso está restringido.
Dante no contestó.
Solo retrocedió un paso… y luego avanzó con toda la fuerza que le quedaba en el alma, embistiendo la puerta de acero con el hombro hasta hacerla ceder. Un chillido de metal sacudió el pasillo y, un instante después, él estaba dentro.
El quirófano enmudeció.
Los médicos giraron h