Eva
El silencio en la mansión se había vuelto diferente. No era el silencio tranquilo que a veces reinaba cuando Damián se ausentaba, ni el silencio cómplice que nos envolvía después de nuestros encuentros. Este silencio tenía peso, densidad, como si el aire mismo contuviera algo que no debería estar allí.
Me detuve en medio del pasillo principal, con la mano apoyada en la pared de mármol frío. La sensación de ser observada me erizó la piel. Giré bruscamente, pero el corredor estaba vacío. Solo las sombras proyectadas por las lámparas de cristal jugaban en las paredes, alargándose y contrayéndose como si tuvieran vida propia.
—¿Damián? —llamé, sabiendo perfectamente que no estaba en casa.
Mi voz rebotó en las paredes, regresando a mí como un eco burlón. Continué caminando, pero mis pasos se volvieron más cautelosos. Algo no estaba bien. Lo sentía en cada poro de mi piel, en cada respiración que tomaba.
Al pasar frente al estudio de Damián, noté que la puerta estaba entreabierta. Una f