50. Una Entrega Profundo.
La distancia se deshizo en un instante. El beso llegó primero como una caricia lenta, un roce que parecía tantear el terreno, pero pronto se convirtió en un incendio imposible de apagar. Los labios de Eryx se apoderaron de los de ella con una mezcla de furia y necesidad, como si en ese instante el mundo entero se redujera a ese contacto.
Shaya intentó resistirse durante un segundo, pero la lucha se desvaneció con rapidez. Sus manos, que habían empujado débilmente su pecho, terminaron aferrándose a su camisa, atrayéndolo con fuerza hacia sí. Era como si todo lo que había reprimido hasta ese momento estallara sin contención.
Eryx la levantó en un movimiento seguro y la llevó hasta la cama, dejándola caer suavemente sobre las sábanas. La miró desde arriba, con esa mezcla de posesividad y ternura que solo él sabía conjugar.
—No más ataduras, Shaya… —susurró —Esta noche no somos enemigos, no somos víctimas de otros. Solo tú y yo.
Ella lo miró, con el pecho agitado y los labios húmedos