36. El Brillo de una Reina
La sala se llenó de murmullos. Todos comprendieron que las palabras iban dirigidas a Shaya, sentada unos asientos más atrás, con un vestido negro de seda que resaltaba su figura y una calma casi peligrosa en su expresión. Ella no respondió de inmediato. Se tomó su tiempo. Levantó su copa, bebió un sorbo, y entonces se puso de pie con la elegancia de quien sabe que cada movimiento será recordado.
—Es curioso —dijo con voz firme que atravesó la sala —Me acusan de no entender los juegos de adultos, y sin embargo, soy la única que no necesita esconderse detrás de alguien más para hablar.
Un murmullo más fuerte recorrió el salón. Santiago la fulminó con la mirada, pero Shaya no se detuvo.
—He escuchado que el mercado no perdona. Y tienen razón. Por eso, mientras algunos siguen jugando con discursos vacíos, yo me dedico a mover piezas reales.
Sacó de su bolso un documento que entregó discretamente a un asistente. En cuestión de segundos, las pantallas del salón proyectaron un gráfico, u