34. La Viuda ambiciosa

Se dirigió hacia la puerta, pero antes de salir, lanzó una última frase que quedó suspendida en el aire como una condena.

—Algún día tendrás que elegir. Y cuando lo hagas, recuerda quién fue el que siempre estuvo dispuesto a quemarse por ti.

La puerta se cerró de un portazo, dejándola sola.

Shaya se quedó inmóvil frente al espejo. El reflejo le devolvía la imagen de una mujer que parecía fuerte, pero cuyos ojos aún temblaban de emociones contenidas. Tocó sus labios con la punta de los dedos, aún ardían por el beso de Eryx. Y al mismo tiempo, dolían por el recuerdo de Santiago.

Las lágrimas que antes había contenido rodaron finalmente por sus mejillas.

Porque lo cierto era que no sabía qué sentía.

Porque lo cierto era que, aunque lo negara, su corazón seguía dividido entre el hombre que la había destruido y el hombre que estaba dispuesto a destruirse por ella.

Y esa era la batalla más peligrosa de todas.

Los días pasaron como un torbellino. Después de haber reclamado su derecho
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