18. La Chispa De La Villana
La mansión Allen estaba sumida en un silencio solemne, roto únicamente por el eco de los tacones de Shaya al cruzar el mármol del recibidor. La ama de llaves, una mujer de rostro curtido por los años y mirada discreta, la observó aparecer con el rostro desencajado. Sus ojos enrojecidos, su andar rígido y la tensión de sus manos crispadas contra los pliegues del vestido hablaban más alto que cualquier palabra.
La mujer dudó un instante. Su instinto la empujaba a preguntar, a acercarse, pero se contuvo. El joven Allen le había dado instrucciones claras, vigilarla, no intervenir, y sobre todo, nunca dejarla sola más de lo necesario. Así que se limitó a seguirla con los ojos mientras Shaya subía las escaleras con paso apresurado, casi tambaleante, como si quisiera escapar de algo invisible.
Al llegar a la habitación que le habían asignado, Shaya cerró la puerta de golpe y apoyó la espalda contra ella. El peso del mundo entero parecía empujarla hacia abajo. Por unos segundos solo respiró c